Transfiguraciones. Un misterio venerable by Gabriel Trujillo Muñoz

Transfiguraciones. Un misterio venerable by Gabriel Trujillo Muñoz

autor:Gabriel Trujillo Muñoz [Trujillo Muñoz, Gabriel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relatos
ISBN: 9786079409401
editor: Jus
publicado: 2015-07-30T00:00:00+00:00


28

Llevaban una noche entera recorriendo el desierto y las reservas de agua se les iban agotando.

—¿Alguna poza cercana? —preguntó Grajac al rastreador principal.

Éste respondió negando con la cabeza.

—¿Cuánto más, entonces?

—Un sol y media luna.

Grajac agarró al rastreador por el cuello.

—¿Qué quieres decir? ¿Que vamos a seguir andando en pleno día?

—Sólo así llegaremos, acólito.

Era la primera vez que alguien del grupo se refería a él con su título sacerdotal, lo cual implicaba que el que hablaba juraba que todo lo dicho era cierto.

—No todos lo lograrán.

—Así será, acólito.

Grajac liberó al rastreador.

—Te seguimos. Y lo siguieron.

Horas tras horas, sin descanso. Con un horizonte de dunas en todas direcciones.

Pero lo peor estaba por llegar.

Cuando el sol iba apenas descendiendo y sus sombras habían vuelto a hacerles compañía, un leve viento pasó entre ellos.

Poco después, el viento se hizo más fuerte.

Cada uno trató de taparse el rostro para no acabar con la boca llena de arena y los ojos enrojecidos.

El viento se soltó del todo antes del crepúsculo.

Grajac tenía dificultades, como el resto de su banda, para seguir en pie y avanzando.

“Es como si Iribo mismo nos mandara este viento para que no lo alcancemos. Es como si Matipá, el dios coyote, se burlara de nosotros y jugara con nuestras vidas.” Cada paso dolía. Cada respiración ahogaba. No se podía ver ni a un paso de distancia.

El vendaval era un silbido que crecía en intensidad y furia a cada momento. Les resultaba imposible verse los unos a los otros.

Tanta era la violencia de aquella tormenta de arena que muchos no pudieron más y cayeron de rodillas, mientras el viento cortaba sus escasas vestimentas y luego hería sus carnes con finísimas agujas de arena hasta convertirlas en jirones sanguinolentos.

Era una manera de convertir a cualquier ser vivo en un montoncito de carne molida y huesos rotos.

Varios de los perseguidores quedaron ciegos al esforzarse por ver, pues recibieron miles de impactos en los ojos.

Éstos, aún con la fuerza de su voluntad, se mantuvieron andando hasta que resbalaban por alguna duna empinada y sus cuerpos eran enterrados de inmediato bajo la arena.

Antes de que se dieran cuenta, morían asfixiados.

Grajac vio cómo la muerte se aproximaba, pero no aceptó morir así nomás, sin dar la lucha: tomó su cuchillo y con éste mató al rastreador que iba delante de él.

Bebió la sangre para no morir de sed y usó el cuerpo de su víctima como parapeto contra el viento.

Cuando el otro rastreador pasó a su lado, hizo lo mismo.

Con dos cuerpos como protección, se arrojó al suelo y comenzó a cavar un agujero. En él pudo apelmazar la arena con la sangre y procurarse un amplio espacio para meter ahí la cabeza y respirar.

Junto a él, la tormenta rugía, pero los cadáveres de los rastreadores eran una sólida trinchera que evitaba que el viento lo hiriera o lo asfixiara.

“Voy a vivir para ver un nuevo día.”

“Voy a ver el nuevo sol cuando esta tormenta acabe.”

“Tengo una misión y debo cumplirla.”

“Araval es mi cielo y mi agua, mi tierra y mi fuego.



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